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ELVIRA

Trata de imaginarlo de este modo: es de madrugada, faltan quince minutos para que den las cuatro y aún no puedes dormir. Ya has intentado de todo, te tomaste un té de esos que la vecina te asegura que caerás de sopetón al terminártelo, pero no caíste. Te levantaste al baño, te asomaste al espejo solo para volver a mirar ese tono negruzco al rededor de tus ojos y pensaste que no tienes un maquillaje tan bueno como para cubrir las ojeras y evitar ese regaño de tu mamá diciéndote que seguramente no dormiste bien por estar con el celular. También intentaste hacer el ejercicio de meditación que viste en un video de YouTube, pero terminaste con las pupilas dirigidas al techo, inmersas como una partícula de polvo en un haz de luz y, entonces, sucede de nuevo. Sientes espasmos en todo el cuerpo, tus piernas comienzan a temblar y el dolor de cabeza que te acompañó todo el día se intensifica, los músculos de tu pecho se contraen provocándote la sensación de que no estás respirando; las lágrimas se desbordan y de pronto te encuentras frente a un montón de pantallas que reproducen al mismo tiempo un recuerdo diferente, una persona, una herida, un momento específico, sin sentido y con desesperación por una sola razón, dolor. En ese instante no lo comprendes, no logras encontrar en tu conciencia una acción lo suficientemente incorrecta para ser merecedor de tan incesante sufrimiento.


Apuesto que dos párrafos descriptivos no son suficientes para dar a entender lo que le sucede a Elvira, así que lo voy a conceptualizar en dos términos: ansiedad y depresión.





La primera vez que Elvira encontró una respuesta a lo que la acongojaba se encontraba sentada frente al escritorio de una mujer con anteojos y un muy anímico sentido del humor, lo cual es bastante entendible tratándose de una psiquiatra. La doctora Jiménez comenzó su consulta haciendo preguntas cuyas respuestas resultaban insignificantes para Elvira, pero que para la doctora lo eran todo. Las primeras preguntas eran bastante básicas, ¿cómo te llamas?, ¿qué edad tienes?, ¿cuál es tu tipo de sangre?; después se tornaron personales, ¿con quién vives?, ¿cuántas parejas sexuales has tenido?, ¿fumas o bebes alcohol?. Elvira dio respuestas sinceras a cada una de sus preguntas y la plática fluía con facilidad hasta que de la boca de la doctora Jiménez salió la pregunta que Elvira ya esperaba que le preguntara —¿piensas en morir?, ¿has atentado contra tu vida?—. Elvira se encogió de hombros, agachó aún más la mirada y de un momento a otro, como un torbellino, pensó en todas las situaciones, problemas y personas que habían pasado por su vida y que de una u otra forma la llevaron a estar ahí, en un consultorio, para que una persona totalmente desconocida escuchara con atención sus pesares y sin más, le brindara una solución a su sufrimiento, que evidentemente no tuviera que ver con la muerte.


Recordó a su padre llegando todas las noches a casa con aliento alcohólico y la camisa desabotonada; a su madre recalentando la cena y volviendo a servir la comida en la mesa para que aquel hombre, con el que pensó que iba a estar toda su vida, comiera después de un arduo día de trabajo que de manera injustificada terminó en una cantina. —Trastorno mixto ansioso depresivo, está bien no comprenderlo totalmente, la verdad es que nadie nunca nos habla sobre estas ataduras, las que se hace uno mismo—fueron las palabras de la psiquiatra. La doctora Jiménez tenía razón. Las personas alrededor te aconsejan salir de viaje para olvidar a alguien, hacer algo divertido para distraerte, mantener la mente ocupada como si eso eliminara las tristezas; como si alguna de esas opciones te hiciera ir a la cama y recostarte con tranquilidad, abrir los ojos a la mañana siguiente con la certeza de que todo en ti, o al menos una parte considerable, es libre. Y no es que alguien tuviera amarrada a Elvira, es que debía aprender a soltar.

Elvira, víctima fortuita de tan feroz herida, solo asintió con la cabeza; de algún modo ya lo sabía. Lo único que tenía en ese instante, eran ganas, grandes ganas de liberarse. Pero, ¿qué es libertad?. Puedes buscarlo en google y te aparecerá algo como: “la libertad es un derecho humano básico” o también “elegir de manera responsable la forma de actuar”, lo cual puede interpretarse como “si tomas malas decisiones tú mismo estas violando tus propios derechos”. ¿Y cuáles son esas malas decisiones?, bueno, para Elvira es algo más complejo que eso. Su único error fue preocuparse por los demás y no tanto por ella misma. Ya se que eso suena a cliché, pero esa forma de actuar la llevó por el sendero más largo, para después abandonarla a medio camino. Es probable que te sientas identificado con Elvira, es por ello que he decidido contar su historia con la esperanza de que al leerlo corras con más suerte que ella y te salve, como lo hizo conmigo.


Todo empezó mucho antes de que ella naciera, la vida de sus padres tampoco fue sencilla. Me atrevo a decir que en su juventud cometieron errores que hasta el día de hoy, a los 21 años de Elvira, existen secuelas que no solo continúan afectándolos a ellos, sino también a su hija. Es un poco complicado, pero voy a intentar explicarte de forma muy general algunas de las etapas de sufrimiento de Elvira, así que necesito de tu empatía para que puedas adentrarte en su pesar.



Etapa 1: Abandono.

Una casa grande y bonita, un padre alcohólico que no golpeaba a su esposa pero sí la engañaba y la hacía sufrir de innumerables maneras. Dos niñas pequeñas que se preguntaban por qué su papá no tenía tiempo para ellas. Su madre llorando todos los días hasta que llegó la separación y entonces comenzó a llorar aun más. Una demanda de divorcio, citas en juzgados familiares, una mamá sin dinero para mantener a sus hijas. Un padre, si es que así se le puede llamar, bastante desinteresado; una casa triste y llena de carencias. Una Elvira consiente de lo que pasaba, demasiado fuerte y demasiado inocente para afrontar la situación.


Etapa 2: Relaciones tóxicas.

Todo empeoró cuando Elvira se convirtió en adolescente. Muy inteligente a comparación de sus compañeros de la secundaría, pero rechazada y agredida por los mismos. En ese momento llegó el primer amor, más grande que ella y evidentemente manipulador. Tres años de una relación tóxica que iba desde negar permisos hasta agresiones físicas. Una madre demasiado distraída en sus problemas como para darse cuenta de lo que pasaba en su propia casa.

Etapa 3: Traición.

Cuando Elvira ingresó al colegio las agresiones por parte sus compañeros no terminaron. Mejor dicho, compañeras. Los hombres la idolatraban porque se había puesto más bonita, pero las mujeres la agredían y la llamaban puta porque los chicos del colegio volteaban a mirarla. No sólo ellas, ese primer amor también se retorcía de celos y las agresiones físicas se volvieron agresiones sexuales, hasta que pudo deshacerse de él. Sin embargo, las amenazas que Elvira había recibido a lo largo de su relación y que en gran medida impedían la ruptura, se hicieron realidad. De la manera más ruin, aquel novio cobró su venganza cuando Elvira al fin pudo terminar con él. Se encargó de difundir las imágenes de su ex novia desnuda y obligada por él mismo a tomar esas fotografías. Incluso tuvo el descaro de enviarlas a la madre de Elvira, y esta al ver las imágenes de su hija sin ropa optó por correrla de la casa y llamarla puta también.

Etapa 4: Daños colaterales.

Al no tener otro lugar a dónde ir, fue a casa de su abuela, donde también había llegado a vivir su padre, que no solo seguía siendo alcohólico sino que había perdido su trabajo, así como su vida de mujeres y excesos junto con todo su dinero. Podrías pensar que lo tenía merecido, que el karma sin duda existe. Pero, míralo por el otro lado, Elvira había terminado viviendo con un padre que solo se preocupaba de cuánto alcohol entraba en su cuerpo y no de ella. De un padre que al poco tiempo fue llevado preso por sus malas jugadas, dejando sola a su hija, otra vez.


Nunca he entendido por qué los corazones nobles son los más heridos; son como una flor que nació de una grieta en medio de la acera y que todo mundo pisa, pero esta renace una y otra vez hasta que alguien la arranca. Eso es lo que hacen las personas con lo único que vale realmente la pena: destruir las esencias, transformar la bondad en un puñado de vidrios rotos hasta que no queda más que apretar el puño en un último intento de valentía y levantarlo, pero ya no en señal de silencio.



Y ahí estaba Elvira, sentada en una banca del parque en pleno invierno, suponía que hacía frío porque veía a dos o tres mujeres autoritarias observando a sus hijos fijamente con una mirada reprobatoria cuando intentaban quitarse el suéter para correr sin estorbos. Pero en su interior ardía una rabia incontrolable y una tristeza casi palpable que provocaba que las gotas de sudor le escurrieran por el rostro y continuaran cayendo una tras otra hasta llegar a su pecho. Conforme transcurría el tiempo el silencio comenzaba a embutir sus pensamientos en una sola constante: huir. No sabía a dónde, ni cuando, solo estaba segura de que quería levantarse de esa banca y salir corriendo sin importar más. Un lugar donde nadie la conociera parecía lo más razonable, empezar de cero con una nueva vida llena de nuevas personas. Imaginó un hilo atado de su mano a un extremo de la banca, y se visualizó en una nueva casa, pero siempre así, atada a sus tristezas y al dolor, a todos los que la habían dañado de alguna manera y a todas las heridas que ella misma se había provocado. Pero seamos sinceros, huir no resuelve nada y Elvira lo sabía, solo que en ese momento todo su razonamiento estaba nublado. No podemos culparla, estaba sufriendo, las grietas en su interior comenzaban a hacerse más grandes, recorrían todos los recovecos de su alma, incluso los más oscuros. No sirvo, no soy nadie, no he logrado nada, estoy sola, nadie me quiere, a nadie le importo, me siento atrapada, no avanzo, todos esos pensamientos negativos la invadían sin perdonar horario.


Despertaba por las mañanas aterrada por las pesadillas que no le permitían descansar durante las pocas horas que dormía. En el día no podía concentrarse, hacer cualquier actividad le resultaba imposible, inclusive comer, bañarse o levantarse de la cama requería de un gran esfuerzo. —Estoy llena de varios constantes—dijo Elvira para sí misma. Ella necesitaba abrir más que sus ojos para darse cuenta de qué tan al fondo se encontraba, para empezar a trabajar en sí misma y al fin poder liberarse. Pero, ¿cómo lograr esa libertad? Por experiencia propia te puedo decir que a veces hay que perderlo todo para volver a llenarse de cosas buenas, aflojar los nudos, buscar nuevos comienzos, sonreír un poco aunque se sienta como un puntapié, apreciar los detalles de la vida que parecen pequeños y esforzarse, esforzarse mucho.


La vida es fácil cuando no nos empeñamos en complicarla, sin embargo Elvira no lo veía de ese modo, ella se sentía abandonada, sola e incomprendida, estaba atrapada en una burbuja donde no cabía más que su depresión. Cuando había días buenos Elvira buscaba su cordura por toda la casa, tomaba un libro y leía poemas de amor, le echaba agua a las plantas y se quedaba mirando por la ventana como si el aire fresco fuera a renovarla. En cambio en los días malos, Elvira sentía el dolor en las yemas de sus dedos, las cortinas de su casa permanecían cerradas y esperaba agazapada una señal. Quieta, casi inmóvil, con los labios astillados, rogaba por que todo terminara. Algunas veces Elvira decía que necesitaba un exilio, un viaje al fin al mundo sin fecha de regreso. Otras veces solo quería poder levantarse tranquila, desayunar algo rico y sentirse con las energías suficientes para sobrevivir un día más.



Tener ansiedad o depresión no es fácil, mucho menos tener que luchar contra ambas. Te sientas en las esquinas, a las orillas de los tumultos y cierras los ojos, y no oyes nada porque no importa quién hable si no está diciendo lo que necesitas escuchar. Buscas migajas porque piensas que no tienes más a qué aferrarte, y no sabes que esa es la causa de toda tu confusión, porque has olvidado que naciste libre, que tienes un corazón que palpita, que aunque seas un puñado de vidrios rotos siempre encuentras la forma de reconstruirte. Las personas suelen confundir la depresión con tristeza y la ansiedad con impaciencia, y no es así. Elvira sufría de muchas maneras, con cada respiro que daba sus ganas de vivir se esfumaban, parecía un olvido lejano en un mundo con las puertas cerradas.


La libertad también es tener constancia de que todo pasa, pero sólo si antes colocas las piezas donde estaban. No es sencillo recordarse a si mismo con esas ganas de querer volver a tenerse. Sigues siendo tú, en el mismo sitio o quizás en uno diferente, pero navegas en tu memoria y no te encuentras, porque tu lado feliz, iluminado o como quieras llamarle, se fue de bruces contra un espejo roto y cayó rendido. Pero aquí estas, leyendo, mirando profundo y trazando un plan para salir de las sombras, de tus propias tinieblas, y corres desesperado tratando de escapar de ti mismo, creyendo firme y equivocadamente que así vas a liberarte. Elvira cometió ese error por mucho tiempo y no se dio cuenta de cuan alejada estaba de la salida hasta que entendió que el dolor en cualquiera de sus formas solo se cura con el perdón. Y ese es el truco, la forma casi mágica de comenzar de nuevo pero esta vez con la llave que abre la jaula.


Desde pequeña a Elvira le enseñaron que debía perdonar a las personas que la habían herido en el pasado, pero esa no es la solución. Perdónate a ti mismo, porque en ti sólo estás tú. Porque la vida que vives es tuya, porque las lágrimas que derramas te pertenecen, porque la línea que divide el dolor de la risa tú la has dibujado. Perdónate y date cuenta que el único responsable de cada cosa que te sucede, cada golpe, cada paso hacia delante, cada triunfo y cada derrota no ha dependido de nadie que no seas tú. Perdónate porque esa es la única forma en la que vas a poder liberarte, perdónate a ti mismo por todas las veces que te dejaste caer.


Tu mundo interior es un reflejo de tu mundo exterior, pero la felicidad viene de adentro. Cambia tu mente y cambiarás tu vida. No te juzgues, da pasos cortos o agigantados pero nunca hacía atrás y recuerda que eres la única persona con la que tienes que quedar bien. A Elvira le costó mucho tiempo comprender todo esto pero al fin lo logró, y si quieres saber cómo lo hizo, te lo diré. Se sostuvo de todas las herramientas que estaban a su alcance: libros sobre salud mental, meditación, podcast de superación personal, medicación y terapia. Al principio no había mucha diferencia, comenzaba un libro y terminaba dejándolo a un lado, había días en los que no tenía ánimos de levantarse y permanecía encerrada en su recamara todo el día. Pero poco a poco fue comprendiendo que ella era la única que podía salvarse, que nadie iba a venir a rescatarla porque cada quién tenía sus propias luchas. Y así fue, con paciencia, disciplina, dedicación y muchas lágrimas, que Elvira logró sentirse mejor. No voy a decir que ahora todo es perfecto, que ya nada duele, más bien está en un proceso de reconstrucción.


Aceptar, aprender y sanar. No importa cuanto tiempo llevas conviviendo con la ansiedad o depresión, no importa si llevas años pensando de una misma manera, tienes la capacidad de cambiar lo que piensas, quizás te cueste creerlo porque desconoces la raíz de tus problemas, porque no te has tratado de la manera correcto o tuviste una mala experiencia con el psicólogo. Ir a terapia y poner en práctica todo lo que has aprendido es muy esperanzador, nadie merece vivir con miedos constantes. No te sientas culpable por ser más sensible que los demás o por no estar de acuerdo con otra persona, necesitas tiempo para sanar, así que cancela tus planes cuando no estés bien y has lo que sientes que es mejor para ti. Si quieres tener tu propio concepto de libertad primero debes cuestionarte sobre lo que estas haciendo para convertirte en la persona que quieres ser y por qué casos necesitas perdonarte. Lo que más le costó aprender a Elvira es que la muerte jamás es una solución ni mucho menos una forma de liberarse. Te invito a correr el riesgo de vivir, puede parecer agobiante algunas veces pero créeme que lo vas a disfrutar.


––Camila Lune



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